El hombre desde que existe como organismo viviente necesita de energía para sobrevivir. En un principio el ser humano usaba su propia energía muscular, la de los animales, del agua y del viento para proveerse de alimentos, fabricar herramientas rudimentarias y trasladarse de un lugar a otro. Luego aprendió a usar el fuego para obtener calor y luz por las noches, usó el fuego para fabricar herramientas y cocinar sus alimentos.
En 1760 con la máquina de vapor se aumentó el uso del carbón como fuente de energía, dando inicio a una época de gran actividad industrial y de desplazamientos de las personas.
La revolución industrial estimuló la investigación de nuevas formas de energía, surgió la energía eléctrica, se descubre el petróleo y el gas natural
La energía es la fuerza vital de nuestra sociedad. De ella dependen la iluminación de interiores y exteriores, el calentamiento y refrigeración de nuestras casas, el transporte de personas y mercancías, la obtención de alimento y su preparación, el funcionamiento de las fábricas, etc.
Hace poco más de un siglo las principales fuentes de energía eran la fuerza de los animales y la de los hombres y el calor obtenido al quemar la madera. El ingenio humano también había desarrollado algunas máquinas con las que aprovechaba la fuerza hidráulica para moler los cereales o preparar el hierro en las ferrerías, o la fuerza del viento en los barcos de vela o los molinos de viento. Pero la gran revolución vino con la máquina de vapor, y desde entonces, el gran desarrollo de la industria y la tecnología han cambiado, drásticamente, las fuentes de energía que mueven la moderna sociedad. Ahora, el desarrollo de un país está ligado a un creciente consumo de energía de combustibles fósiles como el petróleo, carbón y gas natural.
La energía que suministra el Sol es ilimitada, inagotable y limpia, aunque queda por investigar las repercusiones medioambientales que pueden surgir en la fabricación de los elementos fotovoltaicos, su impacto sobre el medio, evidentemente, es positivo.
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